Hace mucho tiempo, en un bosque misterioso, vivía un cazador llamado Martín. Un día, al adentrarse en lo más profundo del bosque, encontró a Curupí, un duende con una espina incrustada en su pie. Con compasión, Martín decidió ayudar al pequeño ser, extrayendo la espina con cuidado. En agradecimiento, Curupí le obsequió una flecha mágica con el poder de cazar cualquier animal, siempre y cuando se respetara la condición de no cazar por placer, sino para alimentar a su familia. Martín se convirtió en el mejor cazador de su pueblo gracias a la flecha mágica. Su destreza en la caza se volvió insuperable, y el número de presas que traía a casa aumentaba cada día. Sus vecinos empezaron a sospechar de tanta abundancia porque Martín no había sido tan buen cazador antes. El mago del pueblo, intrigado, retó a Martín a cazar un colibrí, un acto que requeriría una precisión inigualable. Ansioso de demostrar su valía, Martín aceptó el reto. Cuando disparó la flecha se desvió hacia el propio corazón
En la orilla de un río, una rana y un alacrán se encontraron. El alacrán, necesitando cruzar al otro lado, le pidió a la rana que lo llevara sobre su espalda. La rana, cautelosa por la reputación venenosa del alacrán, dudó al principio. Sin embargo, el alacrán le aseguró que no la picaría, ya que ambos se ahogarían. Movida por la compasión y la promesa del alacrán, la rana aceptó llevarlo a través del río. Mientras nadaban, la rana sentía la confianza crecer entre ellos. Pero, justo en el punto medio del río, el alacrán traicionó esa confianza y picó a la rana. Con dolor y sorpresa, la rana, sintiendo el veneno extenderse, le preguntó al alacrán: "¿Por qué lo hiciste cuando ahora ambos pereceremos?" El alacrán, con una serenidad inexplicable, respondió: "Es simplemente mi naturaleza". Mientras ambos se hundían en el agua, la rana comprendió la amarga verdad: la esencia del alacrán no podía ser cambiada, incluso a pesar de sus promesas y su aparente necesidad de ayud